Un azul para marte

Allá por diciembre de dos mil cuatro, hace unos cuantos años, participé en cierta convocatoria libre aparecida en internet, que proponía escribir la segunda parte de un relato que el Nobel, José Saramago, había dejado sin cerrar para elegir uno de entre todos los que se recibieran hasta cierta fecha.

Ni siquiera sé si aquella primera parte había sido efectivamente escrita por Saramago y por más que lo intenté, jamás logré enterarme del resultado final de la convocatoria. El caso es que yo fui uno de los que recogió el testigo, escribí esa, mi segunda parte y la envié a la dirección electrónica que aparecía en la convocatoria.

Como a día de hoy continuo teniendo mis reservas de que el relato en cuestión, y a pesar de que me parezca de notable calidad, sea de Saramago, quedaría agradecido si por fin alguien puede ilustrarme al respecto.

Me tomo la libertar de publicar las dos partes del relato en mi página; la de José Saramago y la mía.

UN AZUL PARA MARTE

(Parte primera. Por José Saramago)

Anoche hice un viaje a Marte. Pasé allí diez años (si la noche dura en los polos seis meses, no sé por qué no han de caber diez años en una noche marciana) y tomé muchas notas sobre la vida que allí llevan. Me comprometí a no divulgar los secretos de los marcianos, pero voy a faltar a mi palabra. Soy hombre y deseo contribuir, en la medida de mis escasas fuerzas, al progreso de la humanidad a la que me enorgullece pertenecer. Este punto es muy, muy importante. Y espero, si algún día los marcianos me vienen a pedir cuentas de mis actos, es decir, del perjuicio cometido, que los no sé cuantos billones de hombres y mujeres que hay en la tierra se apresten, todos, a mi defensa.

En Marte, por ejemplo, cada marciano es responsable de todos los marcianos. No estoy seguro de haber entendido bien qué quiere decir esto, pero mientras estuve allí (y fueron diez años, repito), nunca vi que un marciano se encogiera de hombros. (He de aclarar que los marcianos no tienen hombros, pero seguro que el lector me entiende.) Otra cosa que me gustó de Marte es que no hay guerras. Nunca las hubo. No sé como se las arreglan y tampoco ellos supieron explicármelo; quizá porque yo no fui capaz de aclararles qué es una guerra, según los patrones de la tierra. Hasta cuando les mostré dos animales salvajes luchando (también los hay en Marte), con grandes rugidos y dentelladas siguieron sin entenderlo. A todas mis tentativas de explicación por analogía, respondían que los animales son animales y los marcianos son marcianos. Y desistí. Fue la única vez que casi dudé de la inteligencia de aquella gente.

Con todo, lo que más me desorientó en Marte fue el no saber qué era campo y qué era ciudad. Para un terrestre eso es una experiencia muy desagradable, os lo aseguro. Acaba uno por habituarse, pero se tarda. Al fin, ya no me causaba extrañeza alguna ver un gran hospital o un gran museo o una gran universidad (los marcianos tienen esto, como nosotros) en lugares para mí inesperados. Al principio, cuando yo pedía explicaciones, la respuesta era siempre la misma: el hospital, la universidad, el museo estaban allí porque eran precisos. Tantas veces me dieron esta respuesta que pensé que mejor sería aceptar con naturalidad, por ejemplo, la existencia de una escuela, con diez profesores marcianos, en un sitio donde solo había un niño, también marciano, claro. No pude callar, desde luego, que me parecía un desperdicio que hubiera diez profesores para un alumno, pero ni así los convencí. Me respondieron que cada profesor enseñaba una asignatura diferente, y que la cosa era lógica.

En Marte les impresionó saber que en la tierra hay siete colores fundamentales de los que se pueden sacar millones de tonos. Allí sólo hay dos: blanco y negro (con todas las gradaciones intermedias), y ellos sospecharon siempre que habría más. Me aseguraron que era lo único que les faltaba para ser completamente felices. Y aunque me hicieron jurar que no hablaría de lo que por allá vi, estoy seguro de que cambiarían todos los secretos de Marte por el proceso de obtener un azul. Cuando salí de Marte, nadie vino a acompañarme a la puerta. Creo que, en el fondo, no nos hacen caso. Ven de lejos nuestro planeta, pero están muy ocupados con sus propios asuntos. Me dijeron que no pensarán en viajes espaciales hasta que no conozcan todos los colores. Es extraño, ¿no? Por mi parte, ahora tengo mis dudas. Podría llevarles un pedazo de azul (un jirón de cielo o un pedazo de mar), pero ¿y después? Seguro que se nos vienen aquí, y tengo la impresión de que esto no les va a gustar.

José Saramago.

«UN AZUL PARA MARTE»

(Parte segunda. Por Enrico Radelassi)

El caso es que después de largo tiempo (tengan en cuenta el que invertí mientras estuve en Marte, diez años), ósea a la mañana siguiente, encontré (he encontrado) un mensaje ciertamente inquietante al abrir mi correo electrónico. Decía lo siguiente:

Apreciado terrícola:

Luego de pensárnoslo mucho y aún a riesgo de faltar a nuestros principios marcianos de solucionar primero lo que acontece en nuestra casa antes de visitar la del vecino, decidimos enviar un explorador que nos proporcionara una visión más objetiva de lo que es la Tierra (disculpe la desconfianza). Aquello que nos contó de los colores nos impresionó mucho…

Pues bien, quien suscribe es este enviado y he creído cortés comunicárselo; como también que durante otros diez años marcianos me he afanado en la tarea de conocerles un poco mejor.
Vaya por delante la advertencia de que mis impresiones no han sido demasiado positivas (sospechábamos de antemano que esto podía suceder), por eso le anticipo que dudo que volvamos a visitarles… En fin, no quiero cansarle con reproches y peroratas filosóficas, pero ya que usted se tomó la molestia de empatizar con nosotros, deseo aclarar algunas cuestiones partiendo de la propia experiencia que me ha producido la estancia en su planeta.

En primer lugar, quiero decirle que tanto usted como otros muchos terrestres, son posiblemente excelentes individuos con excelentes sentimientos, pero colectivamente me han parecido un desastre… Y no quiero extenderme más en este punto. En Marte se dice que “a buen entendedor con pocas palabras basta.”

Quizá por este motivo (y sólo ahora), después de haberles visitado, he comprendido lo que significa el término guerra. Es terrible. Sólo por esto ya se me quitaron las ganas de conocer los colores…
Sabe, nuestro sentido marciano de la contribución colectiva es tan grande, que jamás escatimaremos en medios para imbuir al individuo de ciertos valores que… Bueno, usted ya lo pudo comprobar con nuestras bibliotecas, museos… Con nuestros diez profesores para un único alumno. Y es que todo esfuerzo al respecto es pequeño.

A pesar de todo he de reconocer que su planeta es francamente bello. Sus impresionantes paisajes y gigantescas colectividades del caos (ciudades creo que las llaman) abruman por su grandiosidad. Sí, francamente bello… Salvajemente bello…

Creo que esa belleza, y que ustedes hayan tenido la suerte de percibirla desde siempre en todo su esplendor cromático, es lo que les hace tan diferentes a nosotros. Tal vez nuestras peculiaridades nos hacen estar en desventaja, pero sin embargo sabemos encontrar siempre el lado positivo de la vida, cosa que ustedes… ¡No amigo, no se preocupe! Que al igual que usted en lo que le atañe, también deseo ser partícipe del progreso de mi civilización marciana, por eso he decidido no contar nada allí de lo que significa tener hombros, o qué es un pedazo de océano, un trozo de cielo o un campo de amapolas; insultantemente azulado, apabulladamente esmeralda, invasivamente rojo… Pensándolo bien, creo que diré que, lo de la Tierra, es una patraña inventada por un lunático venido de no se sabe donde (de la luna sería lo procedente). Después de todo, aunque sin colores, hasta ahora no nos ha ido tan mal…

Atentamente: Un marciano.

Hasta aquí la carta que más me ha hecho reflexionar en mi humilde existencia (en concreto, diez años marcianos me he pasado haciéndolo). Lo que más desearía en este momento es poder comunicarme con esta persona, pues creo sinceramente que nuestras diferencias con los marcianos, en el fondo no son tan grandes y que con un poco de buena voluntad, los terrícolas podríamos aprender mucho, mucho de los marcianos. Son tan humanos…

El problema es que no doy con la fórmula para contactar con él. Naturalmente, he intentado hacerlo a través del correo electrónico; nada, siempre me indica error en el remitente.

Pienso que el fallo tal vez radique en aquello de la escala temporal (ya saben, lo de los días multiplicados por diez años), pero confío que entre los lectores habrá más de un aventajado técnico en informática que me ayude a solventar el problema. Es vital para mí, pero sobre todo para la humanidad (creo).

Enrico Radelassi. Alcalá 12-2004

2 comentarios

  1. Te confieso Pura, que después de subirlo al blog me di cuenta de que hace tres años ya lo había subido en otra sección, en fin, lo dejo aquí también. Gracias por leer.

    E.J.

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