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san telmo y el reloj
De pronto se precipitó el cielo;
como un damero desmenuzándose,
cuadrícula a cuadricula,
desdibujando sus escaques color grafito,
agrisando los blancos; era aquél,
un cielo contradictorio y colérico.
Busqué refugio en una plazuela,
allí también mercaba el cielo.
Cuadrícula, vértice de cuadrículas
bajo un damero de plumbagina:
¡Merca, aquí se merca! Gritaban.
En las plazas se merca antiguo.
Entré en un anticuario, rebusqué
en el pasado que pautaba mi periplo.
Esfuerzo baldío, porque yo mismo
era merca a sumar bajo un cielo
que emborronaba rastros,
mas también se los sugería
a alguien como a mí, que sólo poseía
un itinerario manipulado por un cielo
de viajero austral husmeando en su pasado.
Y éste, incitando tras el vidrio de un anticuario.
¡Ven! ¡San Telmo está en la tierra! Gritaban.
Y en la tierra, encerrado por un cielo desdibujado,
de nubes negras, y blancas, y grises,
aguarda el reloj del tiempo sin cielo,
el mismo que reordenará cuadrículas,
y redibujará los escaques de grafito,
y rediseñará el patio de San Telmo, para que éste
muestre su novedosa merca; y así,
el pasado habrá liberado otro de sus rehenes.
Amparado por el cielo de San Telmo,
el anticuario merca conmigo un reloj.
Al final compraste el reloj o no?
No, no compré el reloj, aunque me quedé con las ganas. Pero esa es otra historia que quizá escriba alguna vez.
Salud.
E.J.