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ciudad de rosario (dos)
Una oblicua tarde de soles rosarinos,
sin sueño, transpirada, calurosa,
emplomada, desmedida, desaconsejable
como lo es cualquier mala compañía;
una tarde, insisto, me dejé llevar,
cándido, por un elíptico errar.
Era verano, enero, hemisferio austral.
Yo venía del otro enero,
de un Madrid de frío.
Absorto, posiblemente idiotizado,
como haría cualquier desplazado
añoré mi identidad.
¿Por qué no estoy allí?…
Efecto de viajero, supongo pensar así.
Una tarde de soles oblicuos,
de ardientes calles y jardines atorrados,
de feroz canícula, me dejé atraer
por un museo abandonado a la modernidad.
Su arte (o lo que fuera que allí hubiere)
se mimetizaba entre un conserje dormido,
un supuesto coordinador, un visitante
accidental, que era yo, y una araña
despreocupada paseando de sala en sala.
Constituíamos un paisaje de olvido
en el que nadie reparaba en nadie.
Y así, aquejado de mal sentir,
ignorado como jamás, escapé de allí.
Efecto de viajero, supongo pensar así.
Una oblicua tarde de soles rosarinos,
emponzoñado por el delirio fantaseé.
Mas recapitulé enseguida:
¿Dónde se oculta el lastre? Dónde el pesar.
¿Y si aquéllos no existen… qué?
Entonces obviemos, recapitulemos;
me dije queriendo rellenar el vacío,
concluir con mi errar austral.
Y en aquellas, desperté: deliraba,
sudaba una triste pesadilla
de invierno madrileño. Supe,
que maquillaba el presente y que, fijado
para siempre, perdura lo pasado.
Efecto de viajero, supongo pensar así.
Me gusta, aunque no me ha quedado claro, si tuviste una pesadilla «siestera» y soñaste con el museo, o el museo era de pesadilla, lo que si me ha quedado claro es que hacia un calor de la leche, porque mirar que añorar un enero en Madrid.
Un beso.
Hola otra vez Pura.
Aclaro tu curiosidad: era un museo de pesadilla y una tarde también de pesadilla con un calor húmedo y sofocante de «verano austral». El poema es descriptivo y sí, hacía tanto calor que me acordé del frío madrileño… jajaja
E.J.