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cumbres mendocinas IV
Sí, aquella noche me embriagué.
Apenas recuerdo una ventana entreabierta,
y un viento andino, viento del oeste,
que hacía aletear los luminosos de led.
Tomé en exceso; alguien, no sé quién,
lo repetía sin cesar desde no sé dónde.
Que me había pasado; escuchaba.
Luego se cerró la puerta de mi habitación,
y después la madrugada se alargó
para oscurecer mi conciencia,
hasta que con la primera luz del alba,
hiriente, aposentada sobre un rastro fugado,
el de la mujer de ese no sabes dónde,
mujer que inopinadamente regresa
y no es bien recibida, y por eso,
porque lo sabe se aprieta contra uno,
queriendo amarlo, haciéndole saber
que sí, que en la madrugada lo deseó
pero ahora no y por ello vuelve,
y volverá siempre para reiterárselo
y darse a la fuga y abandonarlo a su resaca…
Después, como digo, supe que jamás
la realidad depararía aquél encuentro,
ya que las fantasías son solo eso,
y ni tan siquiera consiguen materializarse
en la estancia de un hotel pegado a los Andes.
Lo más parecido a mi frustrado deseo
que me había acecido hasta entonces
se quedaría allí, enredado en las sábanas
de la pasada madrugada; una más…
¡Ah, las ilusiones! Y el alcohol,
embriaguez de noche mendocina,
tan larga, tan distante, tan brutal,
tan contundentemente irreal.
Ya fue que dicen allá.
Me gusta esas descripciones del paisaje , «el tiempo » y el vocabulario mendocino, y esa mezcla con tu propio paisaje, tiempo y vocabulario.
Una vez y siempre, gracias querida Pura. Lo cierto es que «este ejercicio de sacar a la luz este poemario (o lo que sea), me está viniendo bien para darle un repaso profundo, ya queda poco de aguantarlo, no te preocupes.
Besos.
E.J.