Me decidí, pulsé el botoncito rojo. Entonces todo comenzó a temblar: la mesa, el ordenador que estaba en la repisa bajo la mesa, el vaso de agua que me acompañaba durante las sesiones en la red… Primero sentí desconcierto, luego conmoción, enseguida alarma y finalmente miedo. Fui asaltado por una especie de arrepentimiento vago, lo absurdo de la situación me mantenía bloqueado. Entonces quise rectificar. Apreté repetidamente el recuadro donde ponía anular, pero el contador no se detuvo. Los años transcurrieron como una exhalación en el monitor… Por fin, convencido de la inutilidad de mis intentos por detener aquel sinsentido procuré relajarme. Busque con la vista en la estantería de los libros tratando de localizar cierto título. Lo encontré, lo tomé y me dispuse a releer, pero antes de que lo abriese un campanilleo en el ordenador volvió a acaparar mi atención. Atendí a la pantalla; un sonido perseverante acompañaba al parpadeo del rótulo que anunciaba que estaba completado el escenario. Agobiado por la congoja tiré del cable de alimentación a la red. El ordenador se tambaleó y el monitor se apagó de golpe; dejé pasar algunos minutos y reinicié el sistema. El remedio fue baldío. En cuanto la pantalla se encendió apareció una fecha concluyente: 15/6/5006… ¡Habían transcurrido cerca de tres mil años!
Me asomé por la ventana. Lo de afuera no parecía haber cambiado mucho, la verdad: una chica paseando al perrito, dos operarios de la compañía telefónica trajinando con los cables en una fachada… Quizá aquella pareja vestida de manera un tanto estrafalaria, pero… ¡Nada, el detalle no era significativo! Sobre todo si teníamos en cuenta que habían pasado tres mil años. Me sentí desconcertado.
Llevo horas observando lo que acontece en la calle entre fascinado y perplejo. La gente va de un lado para otro, a lo suyo, como siempre. No es lo que me esperaba, todo sea dicho. Compruebo que incluso los coches, los anuncios…, ¡exactos a los de mi época!… Definitivamente algo no encaja. Creo que voy a releer el libro recuperado de la estantería; la máquina del tiempo de H. G. Wells, quizá éste me proporcione alguna explicación coherente. Aunque… ¿Y si retorno al escenario de origen e intento dar marcha atrás?… Podría servir, pero… ¿Y si me paso?…
Mas de pronto siento como un nuevo temblor acaece en la estancia y de inmediato un golpe seco en la nuca que está a punto de hacer que me estampe contra el monitor del ordenador.
–¡Imbécil! ¡Pedazo holgazán! ¡Sal a buscar trabajo y deja los jueguecitos virtuales, que tienes treinta y cinco años!
Es mi madre, devolviéndome a la cruda realidad con uno de sus habituales y admonitorios pescozones.
¡Buenisimo Enrique! ha merecido la pena interrumpir la partida del «candy » para leerte.
Interrumpir quería decir.
Corrigelo Enrique por favor
¡Joe Pura! ¡Me ha costado! Solo a la sexta vez de releer el micro me he dado cuenta que lo que querías que corrigiese fuera tu primer comentario… ¡Hecho! Y gracias por pasarte.
E.J.
Por cierto, que tengo un «me gusta» que nadie utiliza, venga anímate, sé la primera.
E.J.