YO IBA PARA CAMPEÓN DEL MUNDO

«Yo iba para campeón del mundo…» Con cada puñetazo encajado la misma frase bulléndome en la cabeza. Una constante que se prolongaba durante nueve largos asaltos con sus interminables minutos, con sus demoledores segundos y cuentas de protección. Tenía reventadas ambas cejas, con un ojo no veía nada, el otro tumefacto… ¿Los flancos?… ¡Uf! ¡Qué sería de mi hígado, de mi bazo, después del combate!
Durante el descanso entre asalto y asalto, notaba como Flanagan, mi preparador, se afanaba con el hielo y la vaselina. Llevábamos juntos desde el principio, desde que aquel negrito macarra y descarado me presentó como pupilo suyo en el gimnasio. Le dijo algo así como: Mira irlandés, un blanco que quiere boxear.
A Flanagan le llamaron la atención mis buenas maneras. Será cosa de la necesidad; dijo. Luego le impresionó mi tesón; entrenaba diez horas diarias.
Sí, yo iba para campeón del mundo, pero ahora estaba a punto de cumplir cuarenta años y el mocoso que tenía enfrente me estaba masacrando. El muy hijo de puta, además de contundencia le ponía entusiasmo. En cierto modo me recordaba a mí mismo cuando estaba empezando. Me lo recordaban sus golpes, diera donde diera, todos iban a parar al mismo lugar, a mi maltrecha conciencia, esa que me repetía sin cesar que yo iba para campeón del mundo, pero ahora debía doblar la rodilla. ¡Jamás!; me revolvía contra ella y al instante, cuando encajaba otro par de golpes: ¡sí, en el siguiente me tiro!…
Flanagan me lo reprochó siempre, adolecía de confianza. Luego, los malditos periodistas me endilgaron el San Benito: que de maneras bien y de empaque, pero que eso no basta en el boxeo. En el boxeo, a un tipo que sale de donde yo salí se le pide, como mínimo, un punto de marrullería y sobre todo, que sea sanguinario, que proporcione sangre al espectador, la propia y la del contrincante. Nunca acepté ese juego, siempre he respetado al rival.
Flanagan pasó una vez más el «frasquito milagroso» por mi nariz y me endosó el protector bucal. Casi me lo ajustó de una bofetada; también me propinó una palmada en la espalda. No era aquél el gesto de quien pretende infundir ánimo, lo noté, Flanagan se compadecía de mí. Me hizo una seña bien clara: tírate.
Sonó la campana del décimo asalto. Me incorporé despacio. Sentí el peso del cuerpo; el peso de la edad, no el de los golpes. Con la experiencia hasta esto se aprende, que noquea más el tiempo que el rival.
Miré al muchacho aproximándose confiado, con ese cuerpo moldeado en el gimnasio; habían hecho un buen trabajo con él. Se le veía decidido, con fe, las dos cosas que siempre me faltaron a mí. Lo vi con lo poco que conservaba de visión, vi ese resquicio que mostraba el camino hacia su mentón. Una guardia incorrecta, temeraria. No era una treta, estaba claro, acababa de cometer un error. Y, qué curioso, juro que en aquel instante hubiese detenido el combate para advertírselo: que aquella no era la senda del éxito por mucha preparación que acumulara a sus espaldas, y aunque tuviera la confianza que a mí me había faltado. Se lo hubiera dicho, como se aconseja al hijo para que no incurra en los propios errores. Pero no lo hice, en realidad no era lugar ni momento y además, en el improbable caso de que lo fuera, enceguecido como aparentaba mi rival, tampoco me hubiera escuchado. Así es que procuré descargar toda mi fuerza en aquel golpe, al tiempo que pensaba, una vez más, que yo iba para campeón del mundo.

4 comentarios

  1. Enrique no hay tema que te se te resitsta, leyendolo he tenido la impresión que has prácticado boxeo o al menos has sido muy aficionado a él. Me ha gustado y además tienen un transfondo que tiene su aquel.

  2. Me ha gustado. Aunque no me gusta ni entiendo el boxeo. Pero tú campeón me ha caído bien.

  3. Hola Pura. Para nada lo de practicar boxeo, a mí que se den de tortas la gente… Pues tampoco me hace gracia pero yo desde luego jamás. Tengo mal genio, soy mordaz y muchas veces me altero, pero hasta ahí. No recuerdo haberme pegado de adulto nunca. Mi madre decía que la fuerza se me iba por la boca… Este relato, que lo he encontrado en el baúl de los recuerdos, fue escrito (lo he estado revisando) hace como quince años, fue segundo finalista de un concurso, siempre he sido así, como el boxeador, un segundón.
    Gracias por pasar.
    Salud y fuerza.
    E.J.

  4. Hola Mtx.
    Como le decía a Pura, es un viejo relato, como el boxeador, que he pulido un poco. Hace bastantes años se quedó precisamente ahí, a las puertas de ganar un concurso. Por cierto que a mí que se partan la cara los demás, como no me duele… Pero tampoco considero el boxeo un deporte e incluso me parece innoble.
    Gracias por pasar.
    Salud.
    E.J.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.